frígida: término victoriano y obsoleto utilizado para describir a las mujeres que no están interesadas en el sexo. Hoy sólo lo utilizan los borrachos de los bares para explicar por qué la mujer con la que querían enrollarse pasó de ellos
Tracey Cox
Hot Sex. Cómo practicarlo
El concepto de frigidez, que como disfunción sexual se aplica sobre todo a la mujer, está afortunadamente cada vez más en desuso. Porque no define con exactitud una realidad contrastada. Y porque tiene claras connotaciones peyorativas. Aun así, sigue utilizándose, y sin saber bien a qué se refiere. Algo parecido sucede con el término ‘impotencia’, aplicado a una disfunción sexual masculina –la disfunción eréctil-, ya muy inadecuado pero todavía bastante utilizado.
En algunos manuales se afirma que ahora recibe la denominación de ‘Trastorno del Deseo Sexual Hipoactivo o TDS’, en otros se la define como un trastorno de la excitación, en cualquier caso se la considera una disfunción sexual aun sin llegar a definirla, y parece que nada de esto no es del todo exacto.
Se dice también que tiene similitud con trastornos como la dispaurenia –dolor en el coito-, la anorgasmia –imposibilidad de conseguir orgasmos- la anafrodisia -ausencia de deseo sexual- o el vaginismo –contracción involuntaria de la musculatura vaginal que impide la penetración-, lo que añade confusión al significado del término frigidez. Del modo en que venía aplicándose, parece significar
ausencia de cualquier capacidad, excitación o sensación placentera en las relaciones sexuales, incluso al intentar la masturbación.
A veces el énfasis parecía ponerse en la ausencia de excitación, otras en la de deseo. En cualquier caso, si tal trastorno existe, se intuye que probablemente afectará por igual a mujeres y a hombres, especialmente si lo desbrozamos de causas psicológicas.
La Sexología y la frigidez. Confusiones y despropósitos.
En espacios de supuestos expertos en Sexualidad he llegado a leer cosas como:
“No tiene una definición completa y, según los sexólogos, las definiciones se contradicen (…) En torno a la frigidez se han escrito muchas cosas, unas acertadas y otras no tanto, pero lo realmente verdadero es que si no se busca solución puede llegar a convertirse en un serio problema”
Lo cual resulta altamente contradictorio, pues ¿cómo puede buscarse solución a algo que no se sabe siquiera definir?
En otros lugares se suele encontrar algo como lo siguiente:
“para la mujer frígida, el hombre juega un gran papel y debe mostrarse siempre muy paciente y comprensivo, la mujer frígida deberá tener plena confianza en él.”
Lo cual constituye una norma de educación sexual espantosa, pues insinúa la pervivencia de la actitud patriarcal y exageradamente protectora del hombre, en vez de mostrarle a la mujer que
es ella quien debe responsabilizarse de su propio cuerpo, y no sólo eso, sino de conocer sus propias reacciones fisiológicas ante estímulos eróticos, para luego llegar a obtener placer y orgasmos.
Sin embargo hay que reconocer que, en general, desde la Sexología se está haciendo el esfuerzo de suplantar el concepto ‘frigidez’ por aquellos otros referidos a trastornos o disfunciones sexuales más concretos y adecuados, como los antes mencionados. En mi opinión, es mucho más lo que debería hacerse, y tales conceptos deberían también ser revisados.
Primeras pistas al examinar la expresión ‘frigidez’
De esta ‘movida semántica’ se traslucen quizá un par de primeras conclusiones. Que existen muchos conceptos aplicados a supuestos trastornos sexuales en la mujer, y que quizá son demasiados. Quedémonos de momento con ese ‘demasiados’, porque sin duda nos hará pensar en esa visión machista, patriarcal y dominante sobre la mujer, que atribuye roles sexuales muy distintos a hombres y a mujeres, y que ha venido ejerciéndose desde hace mucho tiempo, incluyendo a algunos profesionales de la salud.
Por suerte la Ciencia sigue avanzando, más o menos con criterios de objetividad, y hoy sabemos que
muchos de estos trastornos sexuales aplicados a la mujer no están tan bien definidos como se pretendía,
y que la psicología, la educación y la influencia de la cultura han ejercido el peso suficiente como para tener que recontextualizarlos.
Sin deseo previo, aunque sea inconsciente o como fantasía, es difícil que exista placer sexual. No es imposible, por supuesto, pues la excitación y el orgasmo son procesos fisiológicos que pueden activarse sin mediar ese deseo previo. Pero dado que somos seres sociales, lo normal es que esa misma interacción con las personas de nuestro entorno propicie el deseo, y éste la relación sexual. Por lo que la existencia, definición y manejo de los supuestos trastornos anafrodisia, anorgasmia, vaginismo, dispaurenia e incluso la borrosa frigidez, está demasiado condicionada a la psique, a la presencia o ausencia de deseo y de factores psicoemocionales, y a lo que esté bloqueando ese deseo.
En espera de la redefinición de tales conceptos/trastornos, opino que es peligroso usar cifras o estadísticas de estudios acerca de tales trastornos, o entrar en distinguir si son primarios o secundarios, o sin son de origen orgánico o conductual, pues lo único que harán estos datos es prolongar la creencia de que existen como tales, o al menos tal como están enunciados.
¿Se trata en realidad de un trastorno del deseo sexual?
Se intuye un fuerte potencial de influencia de la propia mente sobre la aparición de estos trastornos o disfunciones. En forma de inhibición, básicamente. Y ¿a qué nivel? ¿del deseo? ¿de la excitación? ¿del clímax u orgasmo?
Estos dos últimos, excitación y orgasmo, se sabe que son verdaderas respuestas fisiológicas, pero aun así pueden estar anuladas debido a inhibiciones de la propia psique.
Hay que esforzarse en encontrar nexos comunes entre estos trastornos, para redefinirlos, ya sea ese nexo la inhibición del deseo, o de la excitación o cualquier otro. Sin embargo, también para delimitarlos y redefinirlos, habrá que ahondar en la comprensión de la fisiología y la psicología de la sexualidad femenina, a lo que empiezan a contribuir investigaciones fidedignas sobre las verdaderas diferencias entre la psicosexualidad femenina y la masculina. Es sabido p.e. que la necesidad de estímulos eróticos, sensoriales, ambientales, anímicos y emocionales es mayor en la mujer que en el hombre, al cual puede bastarle a menudo la estimulación física focalizada en los genitales. Hay que investigar mucho más en esta línea, porque los nuevos hallazgos empiezan a ser muy reveladores.
Esta mayor ‘complejidad’ de la sexualidad femenina ha sido vista hasta ahora por los hombres como un problema, un problema para entenderla y manejarla, claro, y quién sabe si justo por ello se ha podido caer en la tentación de patologizarla.
Entonces ¿es posible que no existan realmente la anorgasmia, la anafrodisia, la vaginitis, el deseo sexual hipoactivo, el trastorno de aversión sexual, etc. como disfunciones?
No se trata de eso exactamente. Además, ¿de qué hablaríamos si no los expertos en sexualidad…? Bromas aparte, lo que aquí se sugiere es que, en muchos casos, quizá en la mayoría,
el origen de estas supuestas disfunciones podría reducirse a una única razón. Por ejemplo, algo así como un ‘trastorno de inhibición psíquica de la respuesta sexual’.
¿Y no habrá antes algo que provoque la ausencia de deseo o de excitación o de placer…?
Educación
La más o menos reciente emancipación de la mujer está contribuyendo a poner muchas cosas en claro y a disolver falsas creencias. La sabiduría popular hace ya unos años que ha creado una frase para ilustrar lo que al fin y al cabo es un cambio de paradigma:
“no hay mujeres frígidas, sino hombres inexpertos”.
Bueno, para ser más objetivos, yo añadiría “y mujeres con una educación sexual, corporal y sensorial inadecuada”.
Dejando de lado posibles causas orgánicas o endógenas –como una falta de lubricación vaginal, un descenso de alguna hormona o una enfermedad asociada-, no siempre la escasa habilidad del hombre, o el desencanto en la pareja, o problemas en el ámbito conyugal, familiar o laboral serán los responsables de esa supuesta ‘frigidez’ de la mujer, ya se exprese como ausencia de deseo, de excitación, de placer o de orgasmos. La educación –o aculturación- sobre la mujer ha venido ejerciendo una poderosa influencia, en el sentido de llevarla a ella misma a asociar el sexo, el placer o la exploración lúdica y erótica del propio cuerpo con sentimientos de culpa, de vergüenza o con la idea de pecado.
La responsabilidad de la mujer sobre su propio cuerpo y sobre su propia sexualidad ha sido tradicionalmente relegada al hombre.
Esto por sí solo ha bastado, en la mente de muchas mujeres, para inhibir la expresión espontánea de casi cualquier respuesta de tipo erótico o sexual.
Luchas de poder.
La conocida expresión popular que acabamos de mencionar, se la están encontrando de frente cada vez más hombres. Esa amiga, novia o pareja que parece dejar de ‘responder’ sexualmente con uno, de repente vuelve a revelarse como plenamente sexual con otra pareja masculina. Esta evidencia o fundada sospecha –favorecida por la liberación de costumbres y por la expansión de la comunicación en la sociedad- le impide al hombre echar mano de la etiqueta ‘frígida’ con total impunidad.
Mientras algunos cambios sociales y tecnológicos parecen darse a un ritmo veloz, otros a nivel más estructural o profundo, como ciertas tradiciones, las mentalidades o la educación discurren de forma más lenta. Hablando de mentalidades, hay que puntualizar algo a tener en cuenta:
algunas mujeres tienen su parte de responsabilidad en la pervivencia de conceptos como el de frigidez, al elegir conscientemente seguir el modelo patriarcal masculino,
adoptando con ello roles psicosexuales pasivos, a cambio probablemente de una seguridad material –o la promesa de esa seguridad- para ellas y para sus hijos.
Por poner un ejemplo, en un plano más concreto, es habitual el siguiente comportamiento: dado que por naturaleza el deseo sexual femenino necesita una variedad de estímulos más amplia que en el hombre, y dado que la convivencia doméstica de la pareja estable o del matrimonio tienen características contractuales o de obligación mutua, es fácil que la espontaneidad desaparezca y ese deseo disminuya, y ante esta realidad
muchas mujeres optan por soportar, sin apenas deseo ni excitación, la exigencia o necesidad de relaciones sexuales de sus parejas masculinas, llegando a desear o favorecer que él termine pronto para finalizar el coito cuanto antes.
Está claro que deben verle una justificación o una contrapartida a esta miserable actitud. Si el hombre además, no menos miserablemente, la presiona para que se excite o la acusa de supuestos problemas como una frigidez, esto puede inhibir aun más en ella el poco deseo sexual que le queda hacia él.
Estos comportamientos, por desgracia todavía muy frecuentes, no hablan nada bien de la inteligencia y sensibilidad medias de los hombres, pero tampoco de la inteligencia y autoestima medias de las mujeres. Por desgracia también, parecen hablar de la pervivencia de la estúpida necesidad de la lucha por el poder en la pareja, algo que nos mantiene a los humanos evolutivamente todavía muy cerca de algunos de nuestros ‘parientes’ primates.
Quizá en realidad no haya ni mujeres frígidas ni hombres poco hábiles, sino una sociedad en su conjunto aún demasiado inmadura, contradictoria, poco evolucionada. La frigidez sería entonces tan sólo una expresión de esa contradicción moral entre los patrones sexuales asignados a los hombres y los asignados a las mujeres, modelos culturales situados en polos casi opuestos y que, pese a ello, están obligados a convivir diaria y cotidianamente.
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