«Lo que sí nos queda claro es que no existen ni el terror ni el horror sin una mujer que grite en la oscuridad de la noche» (cita)
El reciente día 7 de Junio nos dejó a la edad de 93 años el gran actor británico Christopher Lee -nombrado Sir Christopher Frank Carandini Lee-. Agraciado con un físico -medía casi 2 metros de altura- y un rostro cuanto menos interesantes, cuanto poco inquietantes, desde 1948 interpretó en al menos 280 ocasiones a todo tipo de personajes, sobre todo villanos.
Parece que es el segundo actor que más películas rodó en los estudios norteamericanos de Hollywood -el primero fue Rod Steiger-. Pero si le sumásemos las que interpretó en su nativa Inglaterra, quién sabe…
De todos modos esto es un mérito cuantitativo. Respecto a la calidad de sus interpretaciones… Bueno, se suelen considerar como sus mejores el Drácula de Terence Fisher de 1958, o como Henry Baskerville en El perro de los Baskerville de Terence Fisher de 1959, o como Mycroff Holmes en La vida privada de Sherlock Holmes de Billy Wilder de 1970, o como el villano Scaramanga en la ‘producción James Bond’ El hombre de la pistola de oro de Guy Hamilton de 1977, o el jefe de una peculiar secta en El hombre de mimbre de Robin Hardy de 1973. Destaca quizás el Drácula de 1958, al que se suele comparar -por ganas de rivalizar- con el dirigido en 1931 por Tod Browning y protagonizado por Bela Lugosi. Quizá esta última, en blanco y negro, tuviera un poco más de ‘arte’, pero ninguna de las dos es una obra maestra del celuloide.
Fue el actor que interpretó varias de las más populares versiones del clásico Conde Drácula cinematográfico. Muy efectivamente para esa época -finales de los 50, los 60 y los 70- y, hay que decirlo, con un efecto imperecedero para la psique colectiva de muchas personas.
A lo largo de su vida actuó en muchas películas, la mayoría con un papel de villano o de ‘ser monstruoso’, y de calidad mediocre con algunas excepciones.
En sus últimos tiempos interpretó bastante acertadamente, entre otros papeles, el de Saruman ‘el blanco’ en la saga de El Señor de los Anillos -una especie de brujo o druida antiguo poderoso, con un origen bondadoso pero decantado hacia el ‘lado oscuro’-, aunque él hubiese preferido interpretar el papel de Gandalf -contraparte de druida positivo y alter-ego del primero que ayuda a los pequeños héroes hobbits-. Ahí va una imagen de Saruman por si alguien no lo sitúa aún:
¿Y qué relación tenía este señor con la sexualidad, que es el tema de fondo de este blog?
Bueno, más que con la sexualidad, la tuvo con el erotismo. Aunque probablemente a su pesar. Lo cierto es que Christopher Lee será recordado durante mucho tiempo -por quien tenga la memoria o la curiosidad adecuadas- por su interpretación del Conde Drácula en varias películas de ‘serie B’ impulsadas principalmente por la productora británica Hammer, que en los años 60 del pasado siglo XX colaboró con la norteamericana Warner Bros.
Tras el impactante éxito de las dos primeras producciones sobre el siniestro personaje ‘chupa-sangre’, la productora decidió embarcarse -y embarcarlo a él- en una serie de secuelas. Temiendo quizás que el éxito inicial decayese -las modas son así de pasajeras- se decidió teñir algunas de esas películas con un aire de erotismo, acorde a la moral y a la censura gubernamental de la época, con el objetivo de seguir captando la atención y el dinero en taquilla del mayor número de espectadores posible. Terror y bajos instintos.
Veamos algunas imágenes que ilustran un poco la ‘temática’ o…, bueno, el ‘señuelo’ de esas secuelas:
Naturalmente se trata de un erotismo enmarcado en la moral de los años 50, 60 y 70. Que no fue exactamente la misma en cada una de esas respectivas décadas, pero que sin duda es distinta a la actual. Mordidas arrebatadas en alcobas o en situaciones siempre ‘bien situadas’ -es decir, no precisamente espontáneas-, escotes generosos, ‘looks’ de las féminas acordes a la moda de la época -hay reminiscencias ‘hippies’-, un trasfondo machista que resalta la consensuada creencia en la innata vulnerabilidad de la mujer y su cuasi-necesidad de ser redimida a través de la subyugación (¿qué locura no?)…
¿Por qué el recurso al erotismo para intentar rentabilizar una saga de películas con trasfondo ‘terrorífico’?
Para ‘enganchar’ al espectador en taquilla, obviamente. Pero por algo más…
El susodicho fantástico Conde Drácula se supone que tiene predilección por obtener la sangre de doncellas bellas, jóvenes y virginales. Ante su imponente presencia parecen quedarse paralizadas, no se sabe si con terror o fascinación, y todo parece suceder como en una ensoñación, como regido por el inconsciente. Por otro lado el Conde vive en un extraño castillo, cuyo emplazamiento y arquitectura parecen también formar parte de una ensoñación, es decir, que está como fuera de nuestro tiempo. Y, dato importante, suele actuar durante la noche. ¿De qué nos habla todo eso? ¿Del misterio simplemente, del lado oscuro, de lo que hay detrás de las sombras…?
Dejemos esas superficialidades para los Ikers o cuartos milenios televisivos del momento…
El verdadero gancho de la saga de películas del Conde Drácula, en realidad, es algo que reside en nuestro inconsciente profundo. Es un asunto bastante interesante en realidad, pero claro, resulta que esa parte de nuestra mente todavía no ha sido desvelada del todo. Y es posible que contenga secretos horribles.
Veamos.
…
(Lo siguiente es meramente un cuento/elucubración/desvarío de mi intelecto, quizás tan sólo la plasmación de un sueño extraño).
Tenemos a un personaje aparentemente venido de, o vinculado a algún submundo o supra-mundo para el que la sangre humana -o la de ciertos humanos, detalle importante- contiene algo muy valioso. Ese ente sobrenatural de apariencia humana, en este caso el tal Conde Drácula, parece que está revestido de la cualidad de ser inmortal. Parece también que tal cualidad depende de que siga teniendo acceso, de vez en cuando, a esa ‘selecta’ sangre humana.
Así pues, ‘algo’ hay en esa sangre que tiene un gran valor para ese ser, y que sus víctimas no alcanzan a comprender. Posiblemente se trata del alma humana, que curiosamente algunas civilizaciones o etnias antiguas sabemos que ubicaban precisamente en la sangre.
Ese ‘de vez en cuando’ de su intervención sobre los humanos es el argumento recurrente que se tiñe de terror -y de erotismo, lo cual produce una mezcla extraña cercana al sadomasoquismo- y que se repite en parte de la saga de películas sobre el personaje de Drácula. Pero lo verdaderamente inquietante, para quien acierta a verlo, es el arquetipo que subyace en nuestra psicología profunda, aquello que en lo profundo simboliza el personaje cinematográfico.
Lo que viene a ser:
alguien o algo, un ente, un ser sobrenatural o como sea que le llamemos, se interesa por algunos de nosotros -¿tal vez los verdaderamente humanos entre los humanos?-, especialmente por las más hermosas e inocentes de nuestras hembras, consigue anular nuestra consciencia intelectiva para que no comprendamos qué ocurre. Recurriendo para ello a la nocturnidad, lo que simboliza esa incapacidad nuestra para ‘ver bien’, para la plena comprensión de su existencia. Recurriendo incluso a nuestros bajos instintos eróticos para distraernos más si cabe, como ilustra a la perfección el personaje interpretado por Keanu Reeves en la posterior producción Drácula de Bram Stoker de F. Ford Coppola.
Ese ser consigue robarnos algo de nuestra esencia con el único y egoísta objetivo de renovarse a sí mismo. Posiblemente y como he mencionado, algo relacionado con el alma, pues claramente Drácula es un ser desprovisto de alma -y eso es lo que simboliza su incapacidad para soportar la luz del sol, o que sea necesario clavar una estaca en su corazón para aniquilarlo-. Nos utiliza para su propia perpetuación. Sin nuestro consentimiento. Recurriendo a todo su poder superior.
Eso es terror, por supuesto.
Quizás mucho más aún que eso: es puro horror.
Pero no entraré aquí en matices (tan sólo diré que el terror apunta a diversión, fascinación, necesidad de emoción y ‘shock’, y el horror en cambio a la más desasosegante inquietud y a la búsqueda de un saber prohibido o reprimido. Esto puede entreverse comparando cualquiera de estas versiones del personaje Drácula con la primera sobre el personaje de Bram Stoker plasmada en 1922-29 por el germano F.W. Murnau en su impresionista e inolvidable película Nosferatu, de nombre original Nosferatu, una sinfonía del horror).
(¿Y por qué se interesa tanto el Conde-vampiro por las hembras humanas más puras y virginales? ¿Tendría esto algo que ver con la poderosa y todavía no ejercida capacidad para la fecundación de estas féminas? Esta asociación de ideas resulta inevitable, pese a que en esas películas no se desarrolle el tema).
Como también es terrorífica la imagen de la doncella-vampiresa que, toda vez que ya ha sido mordida-abducida por el Conde vampiro, emprende un nuevo camino entre las sombras del mal. La analogía con los zombies es evidente. Pero curiosamente, la vampiresa no parece que haya dejado completamente de lado su faceta humana -la que tiene alma-. Esto se aprecia bien en algunas de las antiguas versiones de películas de la saga Drácula, en que alguna de esas vampiresas clama que la ayuden a liberarse de su maleficio, de su ‘doble personalidad’, como se puede apreciar p.e. en la muy notable versión de 1958 Horror of Dracula, más o menos entre el minuto 9 y el 15 de su metraje (en inglés, pero para lo que nos interesa da igual).
En la más moderna versión de Drácula realizada por el genial Coppola, cuando el grupo capitaneado por el profesor Van Helsing localiza a la doncella-vampira –Lucy Westenra, la amiga de Mina la protagonista- y la matan, queda claro que la matan en éste y en el otro mundo. Si Coppola me lo permite, lo que el director nos muestra al final de la película con el propio personaje del Conde, debería haberlo plasmado también aquí: justo al morir Lucy, deberíamos haber contemplado cómo recuperaba su virginal y humano semblante -vale, se entiende que no nos mostrase ese importante dato, puesto que en esa escena ella es decapitada-.
Esta es una inquietante cuestión que va asociada con la idea del otro, de una especie de alter-ego, un doble de nuestra persona que habita o realiza actividades en el lado oscuro. Por cierto, otra cumbre de la literatura y del cine de terror, El retrato de Dorian Gray, ahonda precisamente en esta temática.
En fin…
Todo ese teatro es a la vez, para nosotros los pobres, indefensos y mortales humanos, desde el momento en que atisbamos que algo extraño sucede ahí -y ese vislumbre de consciencia está simbolizado por la figura del profesor Van Helsing, la antítesis cinematográfica de Drácula protagonizada en esa época por el también grandioso actor Peter Cushing– la posibilidad de hacerse ciertas preguntas sobre uno mismo, sobre el género humano y sobre la vida. Naturalmente, sobre la vida inteligente más allá de nosotros como seres humanos, de nosotros como especie, de nosotros como comunidades basadas en ciertos valores morales.
Porque…
¿Cómo sería que contemplases la posibilidad de la existencia real de seres mucho más superiores a ti intelectualmente, que puede que viviesen en tu mismo ámbito sin que los percibieses, pero con un sistema de valores morales completamente diferente -quizás incluso inferior o bárbaro-? ¿Serías capaz siquiera de conceptualizar eso? ¿O el puro terror, o el erotismo con que quizás se disfrazaría ante ti esa amenaza, te seguiría distrayendo de tales preguntas…?
Son preguntas-cuento, sí. Que quizás no vienen ‘a cuento’ de nada. Pero que quizás, partiendo de tus inexplicadas ensoñaciones un día te lleven a decirte a ti mismo/a: ¡necesito liberar del todo mi erotismo reprimido, experimentarlo todo acerca de él, y así de paso nada ni nadie me embaucará utilizando este recurso…!
El erotismo, incluso la sexualidad, es siempre algo poderoso pero secundario en relación a la pura existencia de cualquier pura alma humana. Es todavía hoy algo reprimido, incluso auto-reprimido en alto grado, por acción y gracia de la cultura y la religión. Por tanto, altamente destructivo -no el erotismo ni la sexualidad en sí, sino su represión-. Comprender esto te puede salvar no sólo de la trampa en la que te hagan caer esos -hoy por hoy fantasiosos- entes siniestros, sino sobre todo de la influencia perniciosa de otros seres humanos tóxicos.
Parece un instinto primario, pero no lo es. Precioso ciertamente, pero no esencial como lo son el hambre o la sed, si acaso una necesidad o ansia temporal, un juego de pura creatividad, de encuentro de almas, emociones, pieles, sentimientos y miradas. Que debería estar siempre debidamente colmado a un nivel personal y cotidiano, de lo contrario su represión creará en ti mucha confusión y vulnerabilidad. Es una pequeña-gran tragedia que todavía hoy sigue desorientando a una parte importante del género humano.
¿Vas a permitir que esa amenaza te quite la experiencia única, irrepetible e íntima de tu vida en este mundo…?
(Fin del cuento/elucubración/desvarío de mi intelecto, probablemente tan sólo la plasmación de un sueño extraño)
…
Por cierto, Christopher Lee escribió/publicó una autobiografía, titulada: ‘Alto, oscuro y espantoso‘. No la he leído. Por el título, pienso que sin duda era consciente del efecto que su caracterización producía en el inconsciente colectivo, al menos en el de los espectadores de las películas que protagonizaba. Puede que hasta en él mismo. Y hablando de él mismo y de lo que quizás sabía o no sabía de éste y de otros mundos…
Fue militar en la segunda guerra mundial, participando en un selecto batallón dedicado a operaciones especiales, tan especiales que todavía a día de hoy la información sobre esas actividades no ha sido desclasificada por ningún gobierno. Esto añade más misterio a la persona detrás del personaje, y redunda más aún en el misterio del personaje -Drácula-.
Lee tenía otras aficiones artísticas: escribía, tocaba la guitarra, fue vocalista y participó en alguna de banda de música ‘metal’ -incluso ganó un reconocido premio por ello por parte de la comunidad de críticos musicales del heavy metal-.
Era de origen noble -su madre fue una condesa de origen italiano y su padre un alto oficial de la Guardia Real británica-, y en 2001 fue nombrado Caballero del Imperio Británico, además de Comendador de la Venerable Orden de San Juan. Además hablaba con bastante fluidez un montón de idiomas, entre ellos el español.
Interpretó a más de un desalmado en el cine, sí. Pero probablemente era un tipo con alma. Así que:
¡Buen viaje de regreso a la luz, Christopher el de la capa oscura, Christopher ‘el blanco’!
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