«Dejad que los niños se acerquen a mí…»

Autor: Joan C. En Blog

Acerca de esta sorprendente noticia publicada en esta misma web (compañías aéreas buscando proteger a niños que viajan solos de adultos abusadores):

Entonces le presentaron unos niños para que les impusiera las manos y orase; pero los discípulos les reñían. Mas Jesús les dijo: «Dejad a los niños y no les impidáis que vengan a mí, porque de los que son como éstos es el Reino de los Cielos.» Después les impuso las manos y se fue de allí.

Mateo 19:13-15

Seguro que a los curas pederastas, éstos cuyos casos ahora se destapan por decenas o centenares en todo el mundo, les gusta este pasaje de los Evangelios. Y lo deben interpretar literalmente, porque su vicio seguro que les ciega y les impide profundizar en la metáfora.

Perdón. La notícia no iba de curas… Pero vaya, en algún lugar tenía que decirlo…

No, la noticia tiene mucho jugo. Sobre la paranoia de franceses e ingleses, quizá justificada. Y si lo está, sobre lo extendidísima que debe estar a su vez la pederastia en el mundo, de la cual seguro que sólo apreciamos una puntita del iceberg. O sobre el detalle de que las molestias a niños tuvieron lugar sobre todo en vuelos a EEUU: ¿habrá ahí más pederastas que en otras partes del mundo? O sobre la constatación de que, por hallarse tan cerca -aeronáuticamente hablando- del Reino de los Cielos, los abusadores no son fervientes y espirituales lectores de los Evangelios.

Los discípulos de Jesús riñeron a quienes le presentaban a los niños. Solían hacerlo, para proteger a su Maestro de la muchedumbre. Pero el pasaje parece tener además la connotación de no molestar al Maestro precisamente con niños, porque no ven que los niños vayan a entender su Palabra ni vayan a divulgar eficientemente su labor y su prestigio -Jesús deseaba que su nombre se popularizase lo más posible, por eso astutamente provocaba siempre a quienes curaba diciéndoles «no lo cuentes a nadie»-.

Nunca hemos entendido a los niños, desde tiempos inmemoriales, salvo unos pocos iluminados, puros o sensibles. Y eso que, como bien hizo notar Saint-Exupéry, todos hemos sido niños. Seguimos apartándolos de aquello que creemos que debemos apartarles. Hasta de una buena educación.

El problema es que hemos perdido el recuerdo de nuestra propia niñez, hemos perdido la inocencia irremisiblemente en nombre de la responsabilidad de la adultez, mediante la cual hacemos el mundo cada vez más inhóspito. Inhóspito especialmente para

los pequeños, a quienes sentimos que no atendemos lo suficiente, o que les exigimos demasiado, o que les estamos dejando un mundo saturado de dificultades, o que pasarán a engrosar una nueva generación extraviada. Esta pérdida y esta destrucción nos lleva a un sentimiento de culpa colectivo para con ellos, que no puede ser desahogado,

salvo quizá si un día lográramos atrapar físicamente a un pederasta: nos exaltaríamos tanto que más de uno hasta seríamos capaces de lincharlo, con ira desproporcionada, sin juicio previo ni más preámbulos.

El problema del abuso a menores resulta hoy extraordinariamente complejo, precisamente porque en nuestra mente colectiva existe este poderoso componente irracional-emocional, mezcla de sentimiento de pérdida y de culpa, que nos enturbia e impide su clara comprensión. Y porque

la mente y sensibilidad de los niños son tan extraordinariamente plásticas y adaptativas, que en ocasiones ha sido sólo por un entorno de adultos exaltados y preocupados por lo que han acabado integrando la certeza de que habían sufrido un trauma.

Hay muchos estudios sobre los efectos de este trauma en la persona abusada durante su infancia: psicosomatizaciones, desórdenes en la alimentación, abuso de drogas, dificultades en vivenciar el propio cuerpo, en formarse la propia identidad, disociaciones, ansiedad, miedo, vulnerabilidad ante violaciones o nuevos abusos, sexo de riesgo, embarazos indeseados, posibilidad de convertirse a su vez en abusador -hay familias en que el problema pasa de generación en generación-, etc. Pero

hay pocos estudios que desmenucen en detalle el proceso de cómo y por qué estas vivencias llegan a definirse y sentirse como trauma en la mente del niño o adolescente, y lo definitiva o no que pueda ser la influencia, el espejo o el condicionante del entorno para que esto llegue a ser así.

Muchos psiquiatras y psicólogos conocen bien este hecho de la enorme plasticidad de la psique de muchos infantes, aún no sujeta al corsé de las costumbres morales, ni al de las sensibilidades «estándar» en cierto modo preestablecidas socialmente -niños varones que vivieron bombardeos durante la guerra civil española, ahora ancianos, no se sabe qué grado de trauma han arrastrado desde entonces, pero es un hecho que muchos sienten atracción y fascinación hacia todo lo militar y autoritario, y han llevado vidas absolutamente normales-. Aunque sin duda esto no resuelve el problema de los abusos, que de todos modos existir, existen, algunos verdaderamente atroces y repetidos durante largo tiempo. Y visto lo que se está destapando actualmente, es casi un fenómeno sociológico, quizá en aumento a nivel mundial, o más probablemente es que ahora sale más a la luz que antes.

Como antropólogo debo añadir, para acabar de complicar el debate, que

curiosamente las relaciones o enseñanzas eróticas o sensuales de adultos hacia menores han existido probablemente desde los inicios de la humanidad. En algunas sociedades primitvas y tradicionales, o en la misma Grecia antigua, la supuesta cuna de la civilización, por lo visto estaban normalizadas y eran una forma aceptada de aprendizaje de los menores acerca de los misterios de la vida.

Aun siendo antropólogo, sin embargo, no puedo abstraerme del todo de la moral de la sociedad en la que vivo, ni puedo evitar sentir repugnancia hacia este tipo de relaciones, igual que hacia la explotación de los niños para el trabajo o la guerra. Ellos encarnan la pureza, la inocencia y la vulnerabilidad sin culpa. Precisamente todo aquello que la mayoría de adultos hemos perdido. La agresión a los infantes quizá en el fondo nos recuerda demasiado, con una extraña y profunda rabia, la agresión que nuestra propia inocencia sufrió, de forma ya irreparable.

El debate es complejo, y el tema muy candente y sensible.

Se aceptan puntos de vista sobre la cuestión.

Escrito por Joan C.

Falopius.net es una web dedicada a divulgar, orientar y ofrecer recursos para la sexualidad humana. La autoría principal de sus contenidos corresponde a Joan C., quien se ha formado en el campo de la Antropología, entre otros.


16 Oct 2010 • Revisado 2 Abr 2013 • 4131 Views

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