Eyaculación Precoz, ¿un Trastorno Cultural?

Autor: Joan C. En Artículos de Fondo, Disfunciones

La definición

Parece obvio, pero no está de más aclararlo: la eyaculación precoz no es una enfermedad, sino que se la considera sólo un trastorno, que llega a afectar a un 75% o más de la población masculina en algún momento de su vida sexual, pudiendo aparecer tanto en las primeras experiencias sexuales como ya de adulto tras un prolongado periodo de normalidad. Es la disfunción sexual más frecuente, según la mayoría de especialistas, y aunque aparente un carácter esporádico o pasajero, casi siempre el trastorno subyace de forma persistente. Esta primera definición debería ayudar a muchos hombres, aquejados de este problema, a no cargar con el peso de un complejo a sus espaldas. Una segunda definición, elaborada aquí de forma más completa y que es, de hecho, un compendio de las más habituales, reza así: la eyaculación precoz es la dificultad peristente, y el malestar que causa a uno mismo y a la pareja, para ejercer un control voluntario sobre el reflejo eyaculatorio o sobre las sensaciones que conducen a él, ocurriendo la eyaculación antes de que el hombre lo desee, o sobre todo antes de que la pareja sexual (en especial la mujer) haya obtenido satisfacción, y en los momentos inmediatamente anteriores o posteriores al inicio de una práctica sexual, comúnmente la penetración; por ‘inmediatamente posteriores’ se establece un tiempo máximo de entre 30 segundos a 2 minutos.
El trastorno provoca un sufrimiento o malestar personal, pero también malestar a la pareja, y es a menudo motivo de separaciones. Cuando la eyaculación precoz se hace crónica, lleva generalmente a un compromiso de la erección, lo que puede iniciar un círculo de preocupación y obsesión en personalidades ansiógenas y en edades sensibles a este problema. Se puede entrar en una verdadera ‘ansiedad por el rendimiento’, es decir que el hombre afectado se obsesione por la satisfacción o el orgasmo de su pareja mucho más que por los propios. El temor a no satisfacerla, a terminar antes de que ella tenga su orgasmo, puede llevarle a rehuir la recepción de cualquier estimulación, o bien a emplear métodos de poca eficacia, como eyacular un rato antes (la segunda erección a menudo será menos consistente y persistente), pensamientos de distracción, o incluso autolesionarse para distraer la atención.
Todos los intentos de definición del trastorno resultan polémicos, incluso entre los mismos expertos en sexología, ya que algunos de los conceptos empleados deben a su vez ser redefinidos. Se tratará esta cuestión en las reflexiones del capítulo final.

Las causas del trastorno

En principio hay dos grandes grupos de causas, con un peso muy dispar: las orgánicas, poco frecuentes, y las psicógenas o mentales, la inmensa mayoría. Entre las orgánicas destacan los problemas urológicos y los neurológicos; por ejemplo, inflamación de la próstata o de la uretra posterior, o cualquier enfermedad, traumatismo o cirugía que interfiera con las vías nerviosas que rigen el reflejo eyaculatorio y su posibilidad de control voluntario; dependiendo de la enfermedad o problema que lo causa, el pronóstico de tratamiento puede ser favorable, asignando o cambiando una medicación, controlando una enfermedad de fondo, etc. Entre las psicógenas, se habla de diversos síndromes, como la ansiedad por rendimiento o la ansiedad anticipatoria, que actúan por ejemplo liberando adrenalina en la sangre con lo que se acelera el reflejo eyaculatorio, pero hay, a su vez, otras causas detrás; se señalan razones como un carácter general de personalidad ansioso y perfeccionista, un disturbio afectivo (generalmente depresión), atravesar un periodo de ansiedad o estrés agudos, malos hábitos masturbatorios en la juventud (impregnados por la prisa, la culpa o el temor a ser descubierto), la influencia de mensajes antisexuales, una escasa exploración sensual del propio cuerpo, o la impronta de unas primeras experiencias sexuales rápidas, bajo presión, inseguras y poco reafirmantes; el pronóstico de tratamiento es bastante favorable: básicamente entrenando a la persona para que, observándose a sí misma, aprenda a discernir las diversas fases del proceso excitatorio y a reconocer el momento anterior al desencadenamiento del reflejo eyaculatorio para su posterior control.

Los condicionantes biológicos y algunos datos de partida

Desde 1950, con los estudios de Alfred Kinsey, se ha investigado la rapidez con la que los hombres eyaculaban después de la estimulación sexual, encontrándose y confirmándose repetidamente el hecho de que tres cuartas partes de los individuos alcanzaban el orgasmo en los dos minutos posteriores al inicio de las relaciones sexuales. Un poco más allá de esto, la mayoría de relaciones con penetración en las que se da una cierta satisfacción mútua duran entre cinco y diez minutos.
Mirando ahora hacia atrás en el árbol biológico evolutivo, encontramos tanto en nuestros parientes los primates como en la mayoría de mamíferos superiores, en promedio, unos tiempos máximos de eyaculación de apenas unos pocos segundos, o como mucho cercanos a un minuto. La razón evolutiva de estos tiempos tan cortos, aplicable quizá también al hombre prehistórico, radica en la necesidad de culminar con rapidez la cópula, la cual representa un momento de especial vulnerabilidad ante la amenaza siempre presente de ser atacado, él mismo o sus hembras y crías, por enemigos o por predadores.
Sin embargo, a medida que las especies animales se acercan orgánica y estructuralmente a la especie humana, su sexualidad depende menos del instinto y cada vez más del aprendizaje y, por consiguiente, es más moldeable o está más expuesta a variedad en su repertorio. Esto es así porque la sexualidad pasa a tener otras funciones, como las de cohesión del grupo social, aparte de las meramente reproductivas. Los estudios antropológicos y sociológicos, que vienen a reforzar esta concepción del relativismo sociocultural de la sexualidad, nos muestran cómo la conducta sexual humana no está tan determinada por la anatomía o la biología, ni por un instinto o ley natural biológica, sino que en un alto grado es aprendida y moldeada por el grupo sociocultural al que se pertenece. El desarrollo psicosexual de un individuo, que puede seguir un ritmo distinto al del crecimiento biológico, sigue sus reglas propias, sus propios dinamismos psíquicos conscientes e inconscientes, y su conocimiento confirma lo descubierto a nivel colectivo por la sociología: que nuestra conducta y tendencias sexuales (como en todo el ámbito social de hecho) pueden tener una base biológica, pero se desarrollan y se aprenden, se fijan o se moldean, a lo largo de una interacción compleja con el ambiente cultural.

Mitos o creencias falsas sobre la eyaculación precoz

Que sólo tiene eyaculación precoz el hombre que eyacula antes de penetrar.
Que este trastorno lo padecen sólo los hombres jóvenes o tiene que ver con la edad o la experiencia.
Que la causa casi siempre está en defectos o trastornos físicos, de la próstata, de testículos, del frenillo, por no haberse operado de fimosis, etc.
Que todo hombre que experimenta un fuerte impulso sexual o recibe mucha excitación sexual padece de eyaculación precoz.
Que se debe a un problema de hipersensibilidad sexual o debilidad de un nervio.
Que este problema se quita siempre con el tiempo.
Que el diagnóstico de la eyaculación precoz precisa análisis de orina, de sangre, de semen, ecografías o inyecciones.
Que puede solucionarse con inyecciones, pomadas, pastillas, esprais, hormonas, vitaminas o intervención quirúrgica.
Que puede solucionarse mediante charlas o terapia de grupo.
Que un remedio eficaz es pensar en cosas raras, desagradables o ajenas al coito.

Propuestas de soluciones prácticas

Ya se ha visto que no existen píldoras, brebajes, ungüentos o tratamientos directos para resolver este problema. Algunos psicofármacos, en general ciertos antidepresivos, tomados desde unos días atrás tienen como efecto secundario un retardo del reflejo eyaculatorio, y aunque en principio no tiene sentido su uso cuando no se padece depresión (pues además pueden afectar al resto de la respuesta sexual), parece que algunos especialistas recetan un combinado de ellos en dosis pequeñas como coadyuvante en la terapia para este trastorno; los ansiolíticos pueden ser también de cierta utilidad, pero no porque incidan sobre la eyaculación en sí, sino porque actúan directamente sobre los centros que regulan la ansiedad en individuos especialmente ansiosos. Los productos que contienen algún anestésico son desaconsejables, pues impiden el verdadero proceso de aprendizaje de las fases excitatorias (el núcleo de una buena terapia), y restan placer a uno mismo y a la pareja (el anestésico impregnará también sus genitales). El uso de dos preservativos a la vez, con la idea de restar sensibilidad, es altamente desaconsejable ya que aumenta el riesgo de rotura de éstos al friccionar entre ellos.
Cuando el trastorno, debido al progresivo aumento de la ansiedad que conlleva, ha evolucionado hacia una disfunción eréctil, deberá buscarse en primer lugar la solución para este problema, y tratar el trastorno eyaculatorio con posterioridad una vez recuperada la potencia sexual.
Algunos aspectos importantes:

A.- Lo que pasa en la propia mente, y la necesidad de comunicarse con la pareja.
Un primer consejo es intentar quitarse de la mente la idea, o el anhelo de las sensaciones de la penetración, o la visión de ésta como ‘el objetivo’ en sí, y tras ello intentar prolongar los preliminares. Apartar también de la mente la exigencia de tener que rendir o demostrar o alcanzar algo en lo sexual; ahí la pareja puede ayudar conversando sobre esta falsa preocupación. Aprender también a ser más expresivo, tanto en lo emocional como en lo que a uno le gusta en el sexo y la pareja no siempre puede adivinar. Examinar, hablándolo con ella, los posibles temores propios, como que se rompa la relación, que se pueda causar un daño o dejar embarazada a la pareja (una buena ocasión para revisar si se está usando un buen método anticonceptivo), etc.

B.- Cuando se tiende a evitar la relación sexual.
Es un problema común en muchos hombres que padecen eyaculación precoz. Cuando el hombre se percata del problema, comienza a eludir la relación sexual, espaciando las relaciones sexuales, cada quince días o más tiempo. Y eso es exactamente lo contrario de lo que se debería hacer. Es conveniente que el líquido espermático intracorporal mantenga un nivel bajo en cantidad y no ‘presione’ demasiado dentro de los conductos, pues ello favorecería la necesidad imperiosa, bajo estímulo sexual mínimo, de evacuar el exceso. Constituye entonces una ayuda, que no una solución definitiva, eyacular con cierta frecuencia, pero es imposible determinar la periodicidad más adecuada para cada individuo.

C.- Recursos y trucos durante la relación sexual.
No se debe permitir que todo se centre demasiado en la penetración, o que con el orgasmo o la eyaculación acabe todo; el sexo puede reconvertirse en sensualidad y viceversa. La pareja puede tener también un orgasmo por otra vía, como el sexo oral, ya sea antes o después del coito o del orgasmo propio. También se puede tener el propio, bien en el juego previo (sólo si uno sabe que poco después recuperará una buena erección), bien con anterioridad a la sesión amorosa (masturbándose), y aunque esto último no resuelve a la larga el problema, puede ayudar puntualmente a que la excitación no suba de forma abrupta en la penetración. Si la pareja tiende a moverse mucho en el coito, se le puede pedir que retarde su ritmo o permanezca más pasiva, sin contraer los músculos vaginales ni mover mucho la pelvis, sin gemir demasiado ni arañarle a uno la espalda o cosas por el estilo, al menos durante un tiempo. La intensidad o la pasión pueden lograrse aprendiendo a mirarse a los ojos mientras se hace el amor, de este modo se facilita una agradable sincronización no sólo de ritmo y de respiración, sino también afectiva o espiritual. Una respiración profunda y pausada, tanto antes como durante el acto sexual, facilitará el aguante y dará más calidad a la percepción de las propias sensaciones. En los momentos ‘apurados’ ayudará a bajar la excitación si, tras la expiración (sacar el aire), se mantiene unos segundos los pulmones vacíos sin iniciar todavía la inspiración (entrada de aire), la cual posteriormente no tiene que ser demasiado amplia. Hacer pausas antes de los momentos de ‘apuro’ puede ayudar mucho, especialmente si se combina con expiraciones de aire como la descrita, así como aprender a jugar con el ritmo y la calidad de los movimientos, alternando los profundos con los poco profundos.

D.- Ejercicios de Focalización Sensorial y ejercicios Kegel.
Los momentos de ‘parada’ son una ocasión para ejercitar las técnicas denominadas de Focalización Sensorial, mejor con la ayuda de la pareja. Son lo más efectivo en una buena terapia para tratar la eyaculación precoz. Esencialmente se trata de tomar conciencia de las diversas fases e intensidades del placer/sensaciones a lo largo del proceso erección/excitación, desde la baja excitación progresivamente hasta la preeyaculación; hay que identificar y categorizar cada una de estas fases, si es preciso incluso plasmándolo sobre un papel y poniéndoles nombres que ayuden a su aislamiento e identificación. Hay que aprender luego a percibir muy bien las sensaciones de ese concreto punto preeyaculatorio anterior al de no-retorno, que es posible reconocer, y aprender luego a controlarlo, deteniéndose (tanteando también por cuánto tiempo) y percibiendo cómo desciende la excitación, para luego reemprender la estimulación (método de parada/arranque), y así varias veces. Esto se puede experimentar quizá con mayor eficacia durante la masturbación, pero puede hacerse también ‘sobre la marcha’, en varias sesiones, durante la relación sexual. Si con la pareja no acaba de funcionar, es mejor centrarse en la masturbación, usando lubricante y no olvidando estimular el glande. Aunque el éxito sea parcial, un leve progreso significará que uno habrá entendido el proceso del reflejo eyaculatorio y la posibilidad de su control, siendo el éxito total sólo cuestión de tiempo y práctica. Habrá que seguir complementándolo con la mencionada ‘parada/arranque’, que significa detener todo estímulo y movimiento estando muy cerca del punto preeyaculatorio de ‘no retorno’, si es necesario aplicando presión con los dedos en la base del pene, o inclinando éste con relativa fuerza hacia abajo (fuera de la vagina), esperando unos segundos a que descienda la excitación, para volver de nuevo con los estímulos, así varias veces. A algunos hombres les funciona otra técnica para ‘detener’ o evitar llegar al punto sin retorno, que consiste en simular que se emprende la micción, ello parece que ayuda a inhibir una parte del sistema nervioso que regula la eyaculación.
Son también de utilidad los ejercicios de Kegel o de contracción del músculo pubococcígeo (se puede hallar información sobre ellos en los buscadores de Internet), pero irán mejor si se practican siguiendo a la vez alguno de los consejos anteriores, con sesiones de 10 a 25 contracciones hasta completar unas 100 por día.

E.- La importancia de los hábitos adquiridos en la masturbación.
La forma en que uno se masturba, desde la pubertad, puede dejar su huella en la forma en que se desarrolla la respuesta sexual durante un proceso de coito con eyaculación. Si desde la adolescencia uno se ha masturbado siguiendo la pauta de la rapidez, de la culpa, del temor a ser descubierto, de conseguir una sensación sexual suficiente sin repartir la excitación a otros niveles del cuerpo, sin variar el ritmo y la forma de estimular los genitales, sin apreciar el placer ni demorarse en la percepción de todas las sensaciones o sentimientos agradables, todo esto puede con el tiempo convertirse en un reflejo condicionado, que va a seguir pautando el ritmo de excitación y el tiempo de eyaculación en ocasión de cualquier encuentro sexual con otra persona. Nunca es tarde para variar creativamente estos hábitos masturbatorios ‘viciados’.

Las últimas teorías… ¿o la última moda médica?

En estos últimos tiempos aparecen teorías urológicas que apuntan a que la mayoría de causas de la eyaculación precoz podrían ser orgánicas, en el sentido de una leve y quizás pasajera disfunción neurológica o estado irritativo del centro cerebral que gobierna la eyaculación, y que la neurofisiología aún no habría ubicado. Hay que estar atentos a posibles hallazgos importantes en esta línea, pero por ahora se puede sospechar que esto se enmarca en la actual ‘moda’ científica de hacer encajar la mayoría de fenómenos fisiológicos y psicológicos en el correlato de una causa genética u orgánica, una moda que obedece a la exagerada esperanza depositada en descubrimientos como el desciframiento del código genético, la importancia de las células madre, etc.

Siguiendo con la praxis: un poco más de autoestima, por favor

Volviendo a la realidad y pragmaticidad de las consultas médicas y de psicoterapia, el hecho es que se poniendo el énfasis en los factores psicológicos, pues como se mencionó anteriormente los eyaculadores precoces suelen ser en su mayoría individuos ansiosos generales, víctimas de sentimientos, emociones y situaciones negativas (inseguridad, baja autoimagen genital o sexual, premonición de fracaso, síndrome de desempeño, baja motivación, temor a causar embarazo o daño, rechazo inconsciente hacia la mujer, etc.). Si uno es una persona ansiosa que todo lo hace deprisa, es probable que los nervios que irrigan el glande y el pene estén más sensibles, por lo que debería tal vez plantearse cambios en su estilo de vida. Sobre lo de la autoestima, teniendo en cuenta los factores antes analizados, hay que decir que la eyaculación tiene mucho que ver con la satisfacción propia por el placer que se proporciona a la pareja, y de hecho con la satisfacción que el entorno sociocultural le hace creer al individuo que puede permitirse; valorarse a sí mismo como hombre y como amante capaz tiene, pues, su importancia. Esto incluye, al tener un orgasmo precoz, saber quitarle presión al asunto, por ejemplo riéndose abiertamente de la situación, demostrando con ello, a uno mismo y a la pareja, que se dispone de otros recursos para proporcionar placer, o bien que se ha comprendido que el sexo no es el único campo de satisfacciones en la relación de pareja. No se puede aquí esbozar la receta ideal para desarrollar un buen nivel de autoestima, pero parece claro que la adquisición de este nivel es necesario hoy día para situarse por encima de las presiones culturales del entorno, es decir para no caer en la trampa ansiógena de creer que uno debe rendir de tal o cual manera en el ámbito sexual. Lógicamente, esto puede aplicarse también a otras disfunciones sexuales no comentadas aquí.

Algunas reflexiones. Lo explícito y lo implícito

Como se apuntó al principio, cualquier intento de definición de este trastorno resulta polémico, y cuanto más completa se pretende la definición, más discusión genera entre los expertos. En los puntos siguientes se expresan algunas reflexiones que ayudarán a comprender el porqué.

1.- Qué sentido tiene eso de controlar la eyaculación, la excitación o el placer, cuando parece que hablamos de un simple ‘reflejo’, y cuando parece que nos referimos al ámbito del goce o la desinhibición por excelencia.
Si la eyaculación es un ‘reflejo’, mediado por tanto por mecanismos electro-fisico-químicos que tienen lugar al nivel del cerebro y del sistema nervioso central, no parece que pueda regularse conscientemente de forma sencilla. Tenemos también el hecho de que el hombre que no controla el momento de su eyaculación puede tener erecciones y orgasmos sin problemas. Ahí surgen varias preguntas importantes. ¿Es esa no-necesidad de control consciente algo normal o natural? Estamos tentados a contestar que sí, si miramos a la sexualidad femenina y a los datos fisiológicos y psicobiológicos. Entonces ¿necesariamente tiene que percibir el hombre ese no-control, quizá natural, de su eyaculación como una disfunción? También estamos tentados a responder que sí, aunque suene paradójico, pero esta vez lo hacemos muy influidos por nuestro contexto cultural. Ahora la cuestión es resolver la paradoja. Debemos retrotraernos a un punto de vista más amplio, para reconsiderar los conceptos ‘normal’, ‘natural’, ‘disfunción’, etc. Si vemos al ser humano estrictamente como una especie evolucionada de primate, lo natural es que la eyaculación en el hombre ocurra a los pocos segundos o minutos de iniciarse el coito. No hay, por tanto, disfunción alguna en ello. Si, por el contrario, lo vemos como un ente más cultural que natural, la cosa cambia radicalmente.
Más preguntas: cualquier tipo de control activo sobre el propio organismo ¿es coherente con la noción de erotismo, desinhibición, creatividad, sexualidad libremente expresada, unión de los cuerpos y las almas, etc.? Y vayamos un poco más allá: partiendo de la idea de la codiciada igualdad de sexos, ¿existe un equivalente de autocontrol físico en la mujer, afronta ésta la relación sexual ejerciendo algún tipo de control ansioso sobre una parte de su propio cuerpo? Están los métodos anticoceptivos, que por cierto puede emplear también el hombre, pero se diría que actúan de forma pasiva y con una mínima intervención de la voluntad consciente.

2.- El criterio para el tiempo máximo de ‘aguante’ se refiere a la penetración, es decir que cabe preguntarse cómo afecta el problema a la pareja sexual, y si ésta podría tener también parte de responsabilidad.
¿Por qué tomar como criterio el tiempo o duración de la eyaculación con respecto al momento de la penetración? Por una razón bien sencilla: para intentar zanjar la polémica o discusión que este trastorno ya plantea desde su misma definición. Esta duración se establece, según lo diga cada experto, entre 30 segundos y 4 minutos, o bien se mide por un determinado número de movimientos o bombeos coitales, siempre, claro, antes de que la mujer haya conseguido una excitación suficiente para conducirla al orgasmo. Está claro que el criterio para este tiempo se basa, a su vez, en la satisfacción de la mujer, en el tiempo de penetración coital a partir del cual la mujer empezaría a sentir un placer que podría conducirla al orgasmo; como es sabido, en general el tiempo que ésta necesita para llegar al clímax es mayor que en el hombre, por lo que podemos establecer la siguiente conclusión: cuando se eyacula ‘con una mínima estimulación sexual’ o ‘antes del momento deseado’, esto significa en realidad que no se ha ‘aguantado’ el tiempo necesario para que la pareja experimente su parte de satisfacción sexual. Una prueba más de que éste es el verdadero criterio está en que Masters y Johnson consideran que si la mujer es totalmente anorgásmica, la definición de eyaculación precoz no se puede aplicar. Otros criterios polémicos subyacen aquí: se toman como referentes sólo el sexo coital, y el orgasmo vaginal de la mujer, olvidando tanto otras prácticas sexuales como el hecho significativo de que la mayoría de mujeres consiguen mejores orgasmos por estimulación clitorial.
El hecho es que la pareja, y hablamos en especial de la mujer, está fuertemente implicada en el problema. Ahora bien, si es tan grande el componente de obsesión del hombre con respecto a la sexualidad de la pareja, entonces, vista la magnitud porcentual del trastorno ¿por qué se tiene la impresión de que son pocas las parejas de hombres aquejados de este trastorno que consiguen ayudarle de verdad a superar su problema?, dando por sentado, claro, que muchas mujeres tendrán su sensibilidad para percibirlo y su habilidad y confianza para intentar tranquilizarle y ayudarle. Hablamos de grandes masas de población, por lo que quizá deberíamos ampliar el punto de vista, para abarcar un tema como la tendencia actual hacia la plena igualdad entre géneros, muy saludable por otra parte, y que quizá está detrás de todo esto.

3.- Ya hemos visto que el problema afecta a los hombres y a sus parejas, pero… ¿tiene que ver esto de algún modo con la emancipación del género femenino, enmarcada ésta en el actual contexto cultural?
Si como parece (sigue la ola de maltratos y asesinatos de mujeres por parte de sus parejas o exparejas), muchas actitudes y conductas machistas se resisten a desaparecer ante el empuje de la emancipación e igualitarización de la mujer, cabría esperar actitudes diferentes y visibles en muchos hombres, por ejemplo y aunque suene descabellado, que culparan sistemáticamente a la mujer de no tener un orgasmo al poco de iniciarse el coito. Si nada de esto ocurre, puede tener una explicación: la emancipación femenina está hoy basada fundamentalmente en la libertad sexual de la mujer, siendo esta libertad sexual una de las primeras, fundacionales e irrenunciables conquistas en su lucha por derrotar o igualar la supremacía de los valores masculinos y patriarcales. Una conquista que defiende con más fuerza que otras, por ser quizá uno de los ámbitos donde puede sentirse superior al hombre, y ahí tenemos por ejemplo la impactante constatación, gracias una vez más a los estudios de Masters y Johnson, de la gran capacidad multiorgásmica y la casi ausencia de periodo refractario (tiempo de recuperación entre orgasmos) en la mujer. Una conquista que actualmente es defendida con un cierto exceso de celo o incluso de agresividad, debido quizá a que ahora mismo la mujer se halla inmersa en resolver una importante y conflictiva paradoja: intentar conciliar su nueva libertad y dignidad sexuales con el derecho a seguir mostrándose como un objeto de deseo. Es probable que esta agresividad influya en lo que acabamos de observar, es decir que la mujer no esté siendo del todo receptiva o equitativa en la comprensión de ciertos problemas sexuales del género masculino.

A modo de conclusión

La eyaculación ‘rápida’ ha existido siempre. Pero como problema, como trastorno de eyaculación ‘precoz’, ha empezado a cobrar cuerpo coincidiendo con el reconocimiento social de la sexualidad femenina. En el pasado, cuando la existencia de ésta era negada, el goce sexual era patrimonio de hombres, razón por la cual no había una preocupación generalizada acerca de la precocidad de la eyaculación. La emancipación de la mujer, entonces, quizá está poniendo las cosas en su lugar, provocando con ello una desubicación o incluso un acomplejamiento en el rol del género masculino, de lo cual este trastorno sería un signo más, pues afecta a otros ámbitos y genera otros problemas. Parece que afecta en especial a individuos con ansiedad e inseguridad en sí mismos o que desconocen su propia sexualidad; parece también que afecta a un 75% de la población masculina en algún momento de su vida sexual, todo lo cual confirmaría lo dicho antes. Confirmaría, en fin, que si decidiéramos incorporar este factor sociocultural como causa, no está tan claro que se trate de un verdadero trastorno de carácter exclusivamente orgánico o psicógeno (tan alto porcentaje de afectados haría pensar más bien en una vasta epidemia).
La Sexualidad, como vivencia incorporable a la ‘realización’ y a la construcción del individuo, es claramente una creación cultural fruto del aprendizaje. El análisis del origen y evolución de los conceptos y de algunas costumbres sexuales en diversas culturas, a través de su historia, no sólo nos muestra el poco éxito en explicar la sexualidad humana en base a unas supuestas leyes biológicas, sino que nos enfrenta a la relatividad de nuestras propias creencias y sentimientos, al porqué de nuestras limitaciones y de nuestras actitudes negativas respecto al goce sexual propio y ajeno. La conducta sexual es aprendida, y la motivación sexual es adquirida. La necesaria investigación psicológica en el marco de la sexología moderna deberá centrarse más en explicar la interacción secuencial entre el aprendizaje psicosocial y los factores innatos o bioquímicos postnatales.
Este debate entre lo natural y lo cultural está en la base de la Antropología, la Filosofía, y de hecho del espíritu de las Leyes que nos constituyen como sociedad, y no está ni mucho menos resuelto. La paradoja, por tanto, es extensible a muchos otros problemas en muchos otros ámbitos, y lleva al absurdo de que a veces usamos argumentos biologistas para abordar una cuestión, y al momento siguiente empleamos argumentos culturalistas para abordar otra diferente, haciéndolo según nos convenga. Vemos esta paradoja, quizá esta ‘conveniencia argumental’, en el mismo problema sexual que nos ocupa: mientras que está plenamente aceptado como ‘normal’ que el tiempo promedio (aparentemente también el tiempo ‘natural’) que la mujer tarda en conseguir un orgasmo es más largo que en el hombre, en cambio se conviene en considerar que el tiempo promedio ‘natural’ del hombre en eyacular constituye una disfunción o un trastorno. Los dos minutos que tarda de media el hombre son un tiempo más cerca de lo natural o de lo biológico, pero la evolución o dinamismo sociocultural le reclama que ese tiempo se prolongue, aunque sobre el papel la forma de hacerlo resulte injusta y no equitativa, en aras de cumplimentar la demanda de satisfacción sexual por parte de la mujer o incluso, parecería, de un mayor bienestar social. Quizá podríamos concluir que es un trastorno porque el entorno social y cultural ha decidido que lo sea, y en realidad deberíamos llamarlo un fenómeno o un trastorno cultural.

Escrito por Joan C.

Falopius.net es una web dedicada a divulgar, orientar y ofrecer recursos para la sexualidad humana. La autoría principal de sus contenidos corresponde a Joan C., quien se ha formado en el campo de la Antropología, entre otros.


13 Abr 2009 • Revisado 12 Mar 2010 • 3255 Views

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